Las más recientes esculturas de Alison Wilding podrían tildarse de afloramientos de notable complejidad visual y de proporción; distorsiones visuales fundadas en lo óptico que llaman al espectador hasta atraerlo a su presencia descarnada y enigmática; mesetas momentáneas, erigidas por la evolución de su cautivante lenguaje formal; sólidas, levemente lejanas, equilibrio entre la sensación y el monumento, bajo una luz esencialmente humana por su fragilidad e inteligencia.
Subyace en todas las obras una sensación de misterio y conocimiento sensualmente entretejida, que las provee de una inesperada familiaridad; una metafísica de la forma y la substancia,cuya subjetividad emocional enciende a las piezas y las moviliza. Una metafísica, en sí misma transparente, que no otorga ningún otro color o, literalmente, claridad a la identidad de la obra,pero que la dota de una vibración de saber que alerta a nuestra capacidad cognoscitiva y anuncia su nombre en aquella parte de nuestra experiencia donde las cosas existen silenciosamente, con pasión.
Texto del catálogo “Echo” escrito por Brian Catling.